El poeta

Máquina de escribir antigua.

 

 

De ese río que es el hombre

adicto a los latidos más humanos

tiene sed el alma del poeta,

que se enfanga en la vida y sus afluentes

 

Hace un guiño al foco

maqueando su paja amarillenta;

resquemor avinagrado,

ese tango entre sístole y diástole,

que es la suma de vivencias.

 

Del miedo y de la muerte

de Eva y su manzana,

del sueño de un amor,

la pasión de dos misterios;

del ego y de tus sombras,

de esas zonas erróneas.

 

Es por eso que su tinta es negra.

Más tiene sus momentos,

Y cuando se despierta

trasciende lo vivido al plural

y sientes la emoción,

el tic tac y el aliento de mis letras.

 

 

 

 

 

 

Meninas

Algo flota en las burbujas del aire

toma oxígeno y se muerde la cola

Su aliento me salpica,

y en ese hedor,

almíbar… del

suicida,

asumo la morralla de mis sombras;

me enfrento cara a cara con sus alas

y en ese gris absurdo,

que tienen mis Meninas;

tomo impulso aferrándome a

lo blanco

que es este paracaídas:

Ese lecho entre nubes que es la poesía

que se cuela en el aire sin permiso

y por fin…

ahora puedo respirar.

Tantán

Cuando pienso que ya nada es posible

me sorprendo en mi plena construcción

siempre hay gestos que llaman mi atención

y me empujan a ser a más invisible.

A creer que no existe el imposible,

a olvidarme de la equivocación

a enfrentarme a mi propia destrucción,

en un pulso con mi ego más sensible.

A atisbar al espejo al ser humano,

a lidiar con mi yo una nueva mano

a acallar a mi propio orangután.

A estrenar de una vez el modo sano

a extinguir a ese ruido charlatán

a escuchar del amor y su tantán.

Otoño

Te perdí un mes de otoño

y aunque tú me dejaste mucho antes

no fue hasta aquel noviembre

que sentí los colmillos de tu ausencia.

Lo anterior fue un amago

un ensayo maldito del futuro.

Rodeada de tus cosas

tengo miedo a olvidarme de tu voz.

En el mar del silencio

memorizo tu risa en cada escena

y me ahogan estas calles…

los recuerdos se encharcan en mis ojos

Y te veo en cada esquina

y en el aire… hay esencias de ese otoño.

El salto

Aquella noche se fue a la cama con mono de aventuras. Tenía ganas de sentir la adrenalina en su cuerpo, así que encendió el atrapa sueños y se dispuso a entrar en su universo onírico. Sus amigos ya estarían durmiendo pensando en la excursión del día siguiente. Solo de imaginar la salida del sol en medio de la Patagonia se estremecía doblándose en posición fetal como si de este modo se sintiese más segura. Aún no entendía cómo se había dejado arrastrar a aquel viaje.

Santiago y Marina se habían apuntado a la inmersión en la jaula de los tiburones. José estaba tan loco que podía aparecer cubierto con un taparrabos y subido a un paquidermo como el mismísimo Tarzán, pero y ella, ¿en qué ocuparía el tiempo? La excursión al Perito Moreno le atraía mucho, aunque los saltos le imponían respeto. En aquella cabaña de bambú, en mitad de la selva, pensaba que cualquier opción era una temeridad acostumbrada a la quietud de la biblioteca de Aguadulce, el pueblo almeriense, donde se acababa de trasladar tras abandonar el nido materno.

Todo estaba a oscuras, pero aún así podía percibir el eco de unas carcajadas que venían de arriba. Echó mano de los prismáticos y observó las caras de las dos cabecitas que desde el suelo veía en lo alto de la Garganta del Diablo. No podían ser ellos, pero allí estaban los gemelos…, disfrazados de exploradores con esos trajes verdes de manchas, que ella siempre había querido estrenar. ¿Cómo sabían qué vendría aquí?

Acaso ellos no iban a nadar con los blancos. Eso fue lo último de lo que les escuchó hablar en el vestíbulo, antes de que se despidieran de ella para irse a dormir. Aquello tenía que tratarse de una pesadilla. No era posible que la hubieran descubierto en su escapada a los saltos. Sin embargo, pronto descubrió que no estaba soñando. Hizo falta poco, pues en cuestión de segundos, sintió cómo un chorro de agua helada le empapaba hasta los huesos. El impermeable que le había regalado José había resultado inútil.

Al sentirse descubierta, Elisa no se lo pensó dos veces y se subió ligera al tren que atravesaba el parque hasta Dos Hermanas, donde se encontraba una de las cataratas. Fascinada ante esta maravilla de la naturaleza, que -al otro lado del charco- la obsequiaba con una temperatura envidiable, Elisa se sentía ligera como una pluma.  

Tomó aire y se desabrochó el arnés de seguridad que la sujetaba al filo del mirador. Era la oportunidad de su vida. Siempre huyendo de los retos y lo desconocido, instalada en su segura zona de confort, observó los pasos que separaban sus pies del vacío y sintió un hormigueo en la boca del estómago, un fuerte pinchazo en el pecho y una sensación de pánico, que le resultaba familiar.

“Estoy volando. Soy un gran pájaro… Es una sensación tan etérea”, se dijo a sí misma mientras se precipitó hacia el agua en una caída libre desde una altura de unos ochenta metros aproximadamente. “No hay testigos, además, aunque se lo contará a los niños no me creerían capaz de tirarme sola”, se sonrío convencida de que no había rastros de semejante locura. Mejor, así no tendría que dar explicaciones acerca del cómo o el por qué.

Ya en el buffet libre del hotel mientras esperaba que llegase José con los gemelos, Elisa se preguntaba cómo había sido capaz de lanzarse sola desde aquella altura. Acababa de depositar la bandeja sobre una de las mesas del comedor, cuando vio a Marina corriendo hacia ella con un sobre en las manos.

—¿Qué me traes? No me digas que os habéis hecho fotos con los tiburones, preguntó Elisa a la niña, mientras José y Santiago dejaban sus viandas y se sentaban. Marina hizo lo propio y Elisa se dispuso a abrir el sobre:

—Ah, ¡cómo no! Os habéis hechos fotos para inmortalizar el momento. No es para menos. Hay que tener valor—, les dijo ofreciéndoles una amplia sonrisa de complicidad.

Sin embargo, su cara enmudeció en cuanto observó la primera instantánea. Era ella misma saltando horas antes en Iguazú con su bañador de camuflaje, que había adquirido a escondidas en una tienda del barrio de La Boca el día anterior.

—Después de esto no me valen excusas. Hoy mismo nos marcamos un tango—, le dijo José sin parar de reír.

Nota: Este domingo, 5 de marzo, participaré en un micro abierto de poesía en Instagram. Estáis todos invitados por si queréis pasaros a escucharme recitar mis versos.

Será a las 20.00 horas (en España), a través de mi cuenta en IG: maria_jesus_galindo_bollain También podéis acceder a través de la cuenta amparo_ari_poeta

Feliz fin de semana a todos.

Ruidos

En un charco relleno de silencios,

de avestruces tomándose medidas,

esas motas de polvo hacen un pulso

con el ego en el filo de la lengua.

El chisme no es tendencia

y el ser humano… anécdota.

Se declara el nudismo en el corral,

eclosionan las voces sin latidos,

esqueletos sin eco en otros tiempos

que hoy provocan arritmias en la mente.

Psicofonías yermas

en un mar de sonidos.

En el lodo con la mente al vacío

(re)chequeo lo oído en esos fangos,

me repliego a limpiar mi propio barro

en mi carta de ajuste sin más ruido.

Mariposa

Luciérnaga del frío,

que asedia a su presa

luminiscente engaño… la inocencia.

No es letal el mordisco,

que a la bestia despierta

en un duelo caníbal de crisálidas

con sus máscaras negras.

Maldito escarabajo,

insecto del infierno ya sin rosa,

retorcido en veneno.

Ocurre en estos días,

las noches del invierno sin un fuego.

Tropiezan los recuerdos,

el hielo ya es historia

y aquella mariposa ya no vuela.

Saudade

En la última estación de este silencio

con la sangre aún candente entre las vías

se retuerce un bostezo entre butacas.

Mariposas traviesas son las musas

en el polvo saudade de los sueños

descarrila un vagón libre de ruidos…

Un collage de demonios sin susurros

es la ausencia de voces en el viaje

que es tocata y la fuga de recuerdos.

El sintagma resuella a inexistencia

el vacío se adueña de los versos

no es acaso utopía, la poesía.

Fuego

Este fondo que es falso de mi armario

arde en llamas por culpa de mis versos

guardan cola en espacios tan adversos

esos fatuos no tienen escenario.

Voces libres golpean a diario

apretadas se queman entretelas

con el fuego se encienden unas velas

se me alumbra ese todo necesario.

Saltan chispas de tinta en el papel

se rellena de sangre este pincel

papelera de heridas sin la cura.

Las ideas me llueven en plantel

la ceniza transpira su blancura

se convierten las letras en locura.

En blanco

Cada vez que me enfrento al folio en blanco

surgen palabras. Vuelan por sí solas,

se comportan igual que aquellas olas.

Sí me ocurre, me siento en ese banco.

Y con celo yo voy y hojas arranco,

hago un tour por mi vida en un resumen,

me repaso los peros que consumen,

pongo fin a las dudas y soy franco.

En este maldecir de estar sin verse

es mejor si te caes que no atreverse

la miel ha de tomarse en pocas dosis.

De esta forma produce este reverse,

en mis letras la gran metamorfosis…

y en versos convierto mis neurosis.

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