Tomás se arrodilla ante la lápida. “Amigo, perdóname. Me siento tan miserable. La verdad es que he venido buscando a Laura porque quiero contárselo todo. Llámalo egoísmo, pero no puedo más”, susurra. El anciano apoya sus manos huesudas en el suelo para levantarse. Le tiemblan las piernas. Es entonces cuando descubre a Laura, quien situadaSigue leyendo «La confesión»