No sentía el calor de la lámpara de los interrogatorios en su testa, pero adivinaba unos ojos ocultos y atentos a sus movimientos. Todavía aturdido, no terminaba de recordar cómo había llegado hasta allí. Tenía la cabeza como una olla a presión. Seguramente aquel sería un madero hijo de puta que lo había pillado desprevenido.Sigue leyendo «Felipe El Negro»